Vivir como si estuviéramos vivos

Pepe Cabello, coaching deportivo, formaciónPepe Cabello es empresario de vocación, formado en habilidades comerciales e interesado por la Inteligencia Emocional y la PNL, fundó Diamond Building, compañía que dirige y en la que ejerce como coach. Participó en Sport Business Day y participará en Sport Solutions Day, el evento sectorial del año.

Hace poco construí una torre de arena con mi hija junto al mar. Era preciosa, según ella. La conseguimos hacer de un tamaño suficientemente grande como para enorgullecernos del trabajo. Cuando creímos haber terminado nuestra obra, sucedió lo inevitable. Una ola se acercó lo suficiente como para comenzar a demoler las primeras murallas del castillo. Una segunda ola arrasó casi la totalidad del mismo, y la tercera simplemente no dejó ni rastro de la torre que había construido con Elizabeth. Y es que el mar se encarga de recordarnos que ningún castillo de arena es eterno.

Los adultos hacemos lo mismo. Construimos castillos de arena, pero no en forma de cubos y decorados con conchas de almejas vacías. Nuestros castillos de arena son esas posesiones que atesoramos como si nos fuera la vida en ello: coches, casas, relojes, ropa… Y sí: también llegan olas que nos recuerdan, al igual que el mar, que nada es eterno.

Olas para recordar que puedes agarrarte a esas posesiones como si tu vida dependiera de ellas

¿Que cuáles son esas olas? Cada cumpleaños, cada fin de año, cada aniversario de algo importante… Son olas que llegan simplemente para recordar que tú puedes agarrarte a esas posesiones como si tu vida dependiera de ellas, pero cada vez que “soplas las velas” o levantas una nueva copa de cava en fin de año, sabes que otra ola se acerca para ir arrasando con esas torres que has estado construyendo cada día.

Y es que cuando nos hacemos mayores se nos olvidan las reglas de juego. Olvidamos por qué estamos aquí y nos centramos en convertir el trabajo y el éxito en lo más importante de nuestras vidas. Quizá una muerte cercana nos hace de repente meditar en que la propia vida es algo que tiene fin, que ni siquiera esa torre construida de orgullo y vanagloria es vitalicia.

Igual muchos piensan que estoy escribiendo en contra de lo que habitualmente hablo y predico; pero no es así. Lo que digo, y está siendo mi principal meditación en estos días, es que lo más importante del éxito es el proceso… el camino.

El secreto de la felicidad es soñar y el secreto del éxito es luchar por los sueños

Tener un sueño grande hace que el ser humano se sienta excitado por hacer cosas, por moverse, por trabajar, por luchar por tocar una estrella… Pero no es lo más importante. Lo verdaderamente importante es en quién te conviertes tú cuando luchas por esos sueños.

El poder transformador de un sueño esconde el sentido de tenerlo. No es llegar, sino el camino de su logro lo que lo hace mágico. Lo que convierte en algo especial hacer castillos de arena no es verlo acabado, sino la diversión, la conexión, el entusiasmo que se vive mientras colocas cada granito de arena en esa torre. Luego, una vez acabada, una nueva ola se encargará de recordarte que sólo te queda volver a empezar otra vez.

Así es cada día de nuestra vida. Una ola arrasa con el día que se acaba para dar lugar a una nueva oportunidad de construir otra obra, de arte o de miseria. Es una elección personal.

Muchas veces, las olas pueden acabar con nuestra paciencia porque creemos que lo importante es mantener el castillo en alza, dejando atrás el proceso que nos hizo construirlo.

Creo definitivamente que lo más importante de la vida es la propia vida. Cada día tiene su propio afán y su propio proceso, encaminado (eso sí) a un sueño y a un propósito que debemos descubrir o declarar.

Este año me he propuesto no hacer grandes declaraciones ni enormes propósitos de cambio, pero sí me he hecho una gran promesa. Me he comprometido con ir incorporando a mi vida pequeñas acciones que marquen una diferencia en el rumbo que mantenía, e ir girando el mando que gobierna mi dirección hacia una visión mas definida de mí mismo. Mi único y gran pacto es sostener los pequeños cambios que vaya incorporando a mi vida y disfrutar del proceso.

No quiero hacer fotos al castillo de arena acabado. Quiero recordar cada puñado de arena que agarré con mi hija, cada concha de mar, cada cubo de agua. Quiero hacer de cada momento una obra de arte y no por la belleza, sino por la presencia.

Mirar un atardecer no es hermoso por lo que ves, sino porque lo ves. Escuchar una hermosa sinfonía no es bella por lo que escuchas, sino porque la escuchas. Un castillo de arena no es hermoso porque lo acabaste, sino porque pudiste hacerlo. Una vida no es atractiva porque tiene cosas que mostrar, sino porque tiene momentos vividos y momentos por vivir. Un sueño no es grande porque lo lograste; te hizo grande mientras lo lograbas.

Cuando vuelvas a construir un castillo de arena, soples unas velas de cumpleaños o vayas a un funeral, recuerda que una nueva ola te sigue avisando y que tu castillo se va derrumbando cada día un poco más.

Quizá este verano, más que nunca, las palabras “tempus fugit carpe diem”, deban de ser más tenidas en cuenta para vivir la vida como si estuviéramos vivos… ¿Te atreves?

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