Artículo publicado en VIA Empresa y reproducido con permiso expreso de su autora.
Aida Jurado es consultora, formadora y coach.
«Los líderes que triunfan son bastante humildes para ver más allá de sí mismos y percibir las verdaderas capacidades y potencialidades de las personas. No pretenden saber todas las respuestas y son capaces de crear un entorno donde se anima al equipo a asumir la responsabilidad de encontrar las respuestas a los problemas que se enfrentan» (The Arbinger Institute).
Los líderes tienen que proporcionar una misión
Este párrafo es absolutamente revelador. Los líderes tienen que proporcionar una misión (¿qué hemos venido a hacer?), aportando visión (¿hacia dónde vamos?) y un propósito (¿por qué hacemos lo que hacemos?), pero también tienen que ayudar las personas a «ver» para que puedan tomar decisiones, en vez de simplemente seguir las instrucciones. Y en el «ver» encontramos la clave que marcará la diferencia entre las empresas y los proyectos que simplemente sobreviven o que complejamente viven.
Necesitamos un cambio de mentalidad. Hablamos a menudo de liderazgo, de las habilidades que necesitan los líderes, de cómo gestionar los conflictos, de cómo crear conversaciones poderosas, de cómo motivar y cómo dar ‘feedback’. Nada de esto tiene sentido sin un auténtico cambio de mentalidad, uno que se construya con los pilares de la humildad, la honestidad y la confianza.
Necesitamos un trabajo interdepartamental y multidisciplinario
La mentalidad que se necesita para entender y aceptar que el mundo es complejo, no solo complicado. Complejo significa que hay muchas variables interconectadas y que, por lo tanto, se necesita una visión inter y multi para llegar a una posible solución. Traducido al mundo de la gestión, necesitamos un trabajo interdepartamental y multidisciplinario, integrar visiones heterogéneas para salir de los estándares, de la gestión tradicional y del pensamiento lineal, que seguramente nos llevó hasta aquí, pero que no nos servirá para los nuevos escenarios.
Hay una historia de un hombre que a cuatro patas está buscando algo bajo una farola de luz. Un policía pasa y le pregunta que está haciendo. El hombre responde que está buscando sus llaves. «¿Las perdió aquí?», pregunta el oficial. «No», responde el hombre, «las perdí en el callejón». Al ver la cara de desconcierto del policía, el hombre se apresura a explicar: «Pero es que aquí hay más luz».
¿Cómo queremos hacerlo?
Nuestro condicionamiento cultural nos lleva muchas veces a focalizar la atención en lugares donde probable que no encontramos lo que estamos buscando. Parece que ha llegado la hora de la introspección, de preguntarnos como líderes cuál es la contribución que queremos hacer, qué objetivos estamos persiguiendo y, la pregunta más importante, cómo queremos hacerlo.
Los nuevos escenarios son un juego de equipo, inclusivo, multigeneracional, sin egos, con espacio para experimentar, para equivocarse y aprender, para crear conversaciones transformadoras que inspiren y que hagan aflorar lo mejor de cada cual. Donde los líderes digan el qué y regalen el cómo.
La auténtica transformación viene del cambio de mentalidad
Podemos hacer formación para enseñar nuevas maneras de dirigir, de comunicar, de gestionar. En definitiva, podemos apelar al cambio, cambiando la forma de comportarnos y de interactuar. Pero la auténtica transformación viene del cambio de mentalidad. Para empezar este cambio, el mejor primer paso es decidir cómo es la huella que queremos dejar. Esto es repensar nuestra identidad como empresa y como líderes. Identificar y definir nuestros valores y actuar en consecuencia. Sin excepción.
Hacer este cambio de mentalidad puede parecer un espejismo. No podemos parar las máquinas para repensarnos, se tiene que hacer con el motor en marcha. No existe el momento ideal, solo la convicción del deseo de querer hacerlo. Y no será fácil, nadie dijo que lo sería. Seguramente, como líderes, tenemos alguna asignatura pendiente con el equipo. Seguramente relacionada con la confianza, con expectativas no cumplidas, promesas falladas o falta de juego de equipo. Y aquí es donde la humildad entra en el terreno de juego para hacer su papel. Aquí es cuando el líder necesita una conversación sincera, honesta y humilde con su equipo, para higienizar y limpiar y volver a empezar con otra banda sonora. Unos valores que no hagan lucir una pared o un manual de bienvenida. Unos valores que promocionen las conductas que favorezcan los resultados colectivos por encima de las que nos protegen y nos hacen progresar como individuo.
«Las palabras son ventanas, o son muros. Nos sentencian, o nos liberan. Cuando hablo y cuando escucho» (R. Bebermeyer).
Los buenos líderes se tienen que preocupar por las personas que han sido confiadas a su cargo
La competencia profesional es necesaria pero ya no es suficiente. Los buenos líderes se tienen que preocupar y ocupar, de manera genuina, por las personas que han sido confiadas a su cargo.
Y como dijo el gran filósofo americano, Henry D. Thoreau, padre de la desobediencia civil, los líderes necesitan tres sillas: una para la soledad, una para el equipo y una para la organización. Para repensar su identidad como empresa y como equipo necesitan una buena dosis de humildad para mirarse, en soledad, al espejo y tomar algunas decisiones individuales. Diseñar este equilibrio, inestable, por cierto, deseando en primera persona para atreverse a salir de la magnífica zona de incómoda comodidad.
Los líderes necesitan cuidarse para cuidar. Hablarse con amabilidad para ser amables. Desarrollar su autoconfianza para confiar y tratarse con empatía por empatizar.
«La clave es que el ego colectivo sea más grande que los egos individuales»
El liderazgo empieza con un trabajo individual. En buscar este equilibrio, conocerse y autogestionarse. En reconocer los miedos, aprender a pedir ayuda, a confiar, a escuchar. Éste es el auténtico camino que nos lleva del yo al nosotros. Como dice Lencioni, «en un equipo hay espacio para el ego. La clave es que el ego colectivo sea más grande que los egos individuales».
«Un león no sacaba el ojo de un campo donde pacían cuatro bueyes. Muchas veces intentaba atacarlos, pero siempre que se aproximaba, los bueyes se ponían cola con cola, de forma que, independientemente de por donde se acercara el león, se encontraba con sus cuernos. Sin embargo, al final, acabaron peleándose entre ellos, y cada cual se fue a pacer a solas a un extremo del campo. Entonces el león los atacó a uno detrás el otro y pronto se los comió a todos» (Esopo, Los cuatro bueyes y el león. s. VI aC).